LA TOMA DE DECISIONES ES SIEMPRE EMOCIONAL


El libro del neurólogo Antonio Damasio El Error de Descartes empieza con la descripción de un caso clínico. En un accidente laboral, a un trabajador se le clava una barra de hierro en la cabeza. El traumatismo le causa una lesión cerebral por la que quedan sesgadas conexiones entre la  corteza y la parte del cerebro que procesa las emociones. Resultado de esta herida, el hombre conserva todas sus funciones cognitivas intactas, pero pierde la conexión con la información emocional. De este modo, no tiene control emocional y tampoco reconoce las emociones en los otros. Aunque su parte racional y lógica se conserva, el futuro de este hombre estará marcado por las decisiones tan incorrectas que asume, lo que le llevan a perder la familia, el trabajo y todas las amistades.

Si supuestamente sus aptitudes racionales siguen intactas, ¿por qué toma tan mal las decisiones?

El resto del libro es una descripción sobre los hallazgos neurocientíficos que prueban que toda toma de decisiones racional utiliza como información las propias emociones y las de los demás. Digamos que el proceso sería que primero se siente, y luego se piensa (de ahí el título sobre el error de Descartes). Sin esa información emocional, las decisiones suelen fracasar.

La neurociencia hoy en día ya no hace esta distinción entre razón y corazón, porque ambas informaciones (la emocional, lo que sentimos y hacemos sentir con nuestro comportamiento; y la información cognitiva) son necesarias para conducirse bien en la vida. Si hace esta distinción, es para valorar que no funciona bien la integración.  Las buenas decisiones son las que tienen en cuenta cómo nos vamos a sentir y cómo se sentirán los demás.

Si nos fijamos, en un ámbito como la economía, tan desgraciadamente actual, se habla de crear confianza en los mercados. Las bolsas actúan por impulsos emocionales del día, como si entra miedo y entonces vendo, o si tengo confianza, y entonces compro.
El tema es que las emociones de los mercados siempre van referidas a generarme beneficios, así que la información emocional la tengo en cuenta sólo en lo que a mí me afecta. No tienen en cuenta las consecuencias sobre los demás. Es por eso que muchos autores ya empiezan a hablar claramente de que el capitalismo está llevado y dirigido por psicópatas: ejecutivos perfectos para conseguir dinero haciendo lo que sea para lograr los máximos beneficios.

Esto me hace replantear el cómo valoramos a nuestros dirigentes y técnicos. Normalmente pensamos que quién tiene que dirigir y ejecutar tiene que tener la cabeza fría. Pero lo que llamamos cabeza fría en realidad, no es alguien racional, que decide en función de lo que es mejor según parámetros de racionalidad, sino que es alguien egoísta. En realidad, sería mucho mejor tener dirigentes emocionables y sensibles, que toman decisiones teniendo en cuenta cómo afectará a los demás.

Quizá ahora tendríamos que valorar a nuestros dirigentes según sus cualidades de inteligencia emocional y empatía. No necesitamos gobernantes con un cerebro desconectado. Queremos gobernantes con una buena integración cerebral de todas sus funciones.



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