EL INFIERNO ESTÁ LLENO DE BUENAS INTENCIONES


Fotografía de Steve McCurry
Poca gente defiende que sea bueno hacer daño a los demás. Por lo menos, la gente suele reconocer que no les gusta que les hagan daño, y cuando les preguntas, también suelen entender que a los demás tampoco les gusta que les hagan daño. En general, y salvo psicópatas, las personas no hacen daño al otro de una forma intencionada; o por lo menos, de una forma consciente e intencionada.
¿Pero qué pasa con los actos bienintencionados? ¿Todos son beneficiosos?

Indudablemente no.

Una de las interacciones que se dan más en las familias es reñir, regañar, señalar lo que se ha hecho mal. A veces los regaños llegan a ser humillaciones e insultos, hasta desprecios. Cuando uno pregunta la intención de tales cosas, siempre es "por su propio bien", "a ver si espabila", " a ver si se corrige", etc, etc. Otras veces se dicen "verdades como puños" y "quién te quiere te hará llorar".
Esto se hace con los niños, y esa forma de educar se traslada luego a las relaciones de pareja, y en menor medida, a las de la amistad y a las laborales. Y esa forma de querer motivar al otro para que cambie se hereda de generación en generación, se traslada de unas relaciones a otras porque si creces con regaños, aprendes tanto a que puedes ser regañado como a regañar.
 Lo curioso del caso, es que pocas veces el regaño sirve para cambiar. Y menor poder de motivación y cambio tiene cuánto más se utilice. Si bien es lógico enfadarse cuando algo te ha molestado o te ha hecho daño, una cosa es comunicar nuestros sentimientos y otra reñir. Cuando una persona está acostumbrada en una familia a que se le apoye y se le ayude a aprender (puede ser un niño, pero también nuestra pareja), ver que el otro se ha molestado o le has hecho daño, sabe mal. La riña, entonces, sirve para darse cuenta de que hay que cambiar cosas para que la relación vaya bien. Pero cuando la única forma de comunicar las cosas es a través del enfado y el regaño, siempre te dicen lo malo pero no lo bueno, o no te ayudan a gestionar las emociones y las responsabilidades, lo que queda es un sentimiento de ser inadecuado, no ser suficientemente bueno, y lo que se intenta es evadirse de algún modo de la situación de constante sentimiento de inadecuación. También se puede aprender a contraatacar, y empiezan entonces las dinámicas de incomprensión mutua, alejamiento emocional y finalmente, separación.


No obstante, a veces no es fácil escapar de dinámicas tan antiguas. Forma parte de procedimientos tan viejos y fuera de la conciencia, que hasta se puede dar el caso de que se defiendan valores que luego no se expresan así en la vida cotidiana, en donde de forma inconsciente, sale el patrón aprendido. Por ejemplo, puedo defender como valor la solidaridad y el apoyo mutuo, y después te llamo tonto cuando algo no sale o no se hace como uno quiere. Incluso cuando no sale como debería salir y se esté cargado de razón, el llamar tonto al otro no ayuda a saber cómo se tiene que hacer.
Vivimos en una sociedad en que las estructuras de poder están tan establecidas, que es muy fácil ver al otro como inferior y que debe ser dirigido o cambiado. Me siento con el derecho de humillar, incluso, porque el otro no se ha dado cuenta, porque no es tan inteligente o no es tan espabilado... o porque es un niño y está en una situación de inferioridad dentro de la familia.
En la sociedad existen las jerarquías, pero cuando se tiene en cuenta al otro y las consecuencias emocionales que nuestros comportamientos tienen sobre los demás, la jerarquía se convierte en una de responsabilidad, no de poder.
Así, el padre y la madre tienen la responsabilidad de orientar, educar y guiar, pero no tienen el derecho de humillar para conseguirlo o hacerlo. El líder político y social, que maneja información o tiene más inteligencia (¿por qué no?), guía y orienta, pero no ejerce el poder sobre sus seguidores porque entonces se convierte en un tirano o un déspota, aún cuando sus valores sean progresistas.

En estas jerarquías de poder hay un  trasfondo ideológico de beligerancia y lucha territorial. De vencer, ganar, no convencer y cooperar. Hasta que no nos hagamos conscientes de nuestro curriculo oculto, siempre van a ser los mismos perros con distintos collares...

Ana Cortiñas


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