DESOLACIÓN

Brooke DiDonato
Es difícil encontrar palabras para hablar de la desolación porque qui­zá sea la vivencia de la nada. La desolación no es sólo estar solo en un mun­do hostil y peligroso. Es quedarte rodeada de niebla, en un mundo polvoriento y yermo donde parece que todo queda arrasado y que la vida no podrá volver a aparecer. La desolación aparece en la pér­dida traumática, inesperada. También en el rechazo humillan­te, desintegrador de nuestra iden­tidad, humillación por la que sentimos perder la dignidad y el merecimiento de amor. También nos sentimos desolados si dependemos o estamos fusionados de alguien que muere, porque se lleva consigo nuestra capacidad de seguir viviendo.
En la desolación hay siempre una pérdida de esperanza en el futuro, en la vida, en los de­más, en poder soportar la vida. Quizá el dolor sea tanto, que se produce una anestesia mor­tificante, aniquiladora. Hasta la anestesia puede ser insoporta­ble porque es una barrera que nos separa de la vida, el placer, el entorno, la belleza, cualquier otra cosa. La barrera a la desolación es alienante.
Por fortuna, la desolación puede que solo sea un estado pasajero del que la vida nos pueda res­catar. Los otros -la no soledad- pueden sacarnos de ese planeta yermo que nos ha atrapado. Ojalá exista ese otro mundo po­blado porque la desolación per­manente, acaba por matarnos. Quizá el síndrome del corazón roto no sea sino un ataque de desolación

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