SAL CON UNA CHICA QUE NO LEA...


 
 
Hoy me ha llegado un texto de Charles Warnke con el que he resonado profundamente: Sal con una chica que no lea. Al final de este texto os lo añadiré para que veáis si también os dice tanto a vosotros.

Supongo que si el texto me resuena tanto, tiene que ver con que soy ya una cincuentona con la mitad (o más) del camino recorrido, que me estoy haciendo consciente de lo rápido que pasa el tiempo y de que todos los días que se fueron, no pueden volverse a vivir de otro modo. Ya no puedo decir "cuando sea mayor" haré o no haré tal o cual cosa, así que si no estoy satisfecha con algo de la vida, puede ser ahora o nunca... Seguro que alguno que lea esto pensará que soy pesimista porque todo es posible en la vida; pero no, hay ciertas cosas que no son así porque, si durante la juventud no has hecho un planteamiento de autenticidad, a estas alturas de la vida ya se han tomado algunas decisiones que nos atan o, si no nos atan, nos pueden hacer sentir miserables o culpables. ¿Quién lo deja todo con unos niños en crecimiento? ¿Quién se embarca en una aventura si estoy hipotecado de por vida? Si todo esto se ha hecho con conocimiento de causa y desde el deseo más profundo, la persona es afortunada. Pero si ciertas cosas se hacen desde los condicionamientos de lo que se espera de nosotros, o desde la cobardía de no tener la relación que nos hubiera hecho crecer y evolucionar porque nos daba miedo, la crisis, la enajenación y la alienación de nuestro ser más profundo y auténtico nos puede hacer vivir envidiosos y amargados. Odiando a las chicas que leen...

Pero el texto habla de algo más. Nos presenta un hombre que optó por vivir desde la impostura y la cobardía, que no puede elegir para salir a la chica que se da cuenta de sus engaños y autoengaños, que no le deja tener una imagen grandiosa de él mismo y que le señala, de forma implacable, su alienación del más profundo deseo humano que es crecer y evolucionar y vivir en un mundo de relaciones auténticas.

En otra entrada hablé del falso self de Winnicott. Hoy hay que añadir el concepto de self-objeto de Kohut.

Kohut, un psicoanalista americano de origen europeo, se especializó en personalidades narcisistas. Son aquellas que, a falta de auténtica autoestima, necesitan hacerse una imagen grandiosa de sí mismos. Las relaciones que se establecen, entonces, son las que los demás pueden reflejar esa imagen grandiosa, desdeñando o huyendo de aquellos que se pueden dar cuenta de la impostura en la cual viven.
También hay gente que tiene una autoestima muy baja, con lo que necesita a los demás de forma dependiente, volviéndose quizás sumisos y manipuladores para que los demás les den el valor que no encuentran en ellos mismos.

En ambos casos, lo que de verdad necesitamos y deseamos (una relación auténtica donde nos podamos conectar emocionalmente desde el verdadero afecto y mostrando en confianza nuestra vulnerabilidad así como nuestros dones) nos da miedo. Amor y miedo, deseo y ganas de huir, y en el caso más retorcido, el odio y la envidia del que posee eso que queremos, empiezan a forjar nuestra actitud ante la vida y a volverse el pivote de nuestra personalidad. La amargura final, o una carrera hacia la alienación, con drogas, adicciones, relaciones de usar y tirar,  o justificaciones intelectuales va a ser la madurez y la vejez de nuestra vida.

No hablo más. Os dejo el texto...

Ana Cortiñas

SAL CON UNA CHICA QUE NO LEE
CHARLES WARNKE

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al camarero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ella ha aprendido a contar historias. Tú, con tu Joyce, con tu Nabokov, con tu Woolf; tu en una biblioteca, o parada en la estación del metro, tal vez sentada en la mesa de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, la que me hizo la vida tan difícil. La lectora ha desenredado la madeja de su vida y la ha llenado de sentido. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tu, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero yo soy débil y te voy a fallar porque tú soñaste, como corresponde, con alguien mejor que yo y no vas a aceptar la vida que te describí al inicio de este texto. No te vas a resignar a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser contada. Por eso, vete de aquí, chica que lee; tómate el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad, de verdad que te odio.

 Charles Warnke

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