DISOCIACIÓN

Disociación es el mecanismo de defensa que utilizamos cuando nos abruma el dolor, la rabia, la tristeza o cualquier emoción o sentimiento cuya intensidad o característica nos desborda.
La disociación es un mecanismo con el que nacemos. Tenemos la capacidad de excluir de nuestra conciencia defensivamente la información interna, y luego externa, que somos incapaces de manejar. Esto ya se ve en tan temprana edad como los 12 meses. En el experimento-prueba ideado por Mary Ainsworth de la situación extraña ya se observa como bebés, totalmente alterados fisiológicamente (medidos por el grado de cortisol -la hormona del estrés- en saliva) muestran, sin embargo, un aspecto tranquilo, sin llanto ni búsqueda de consuelo, en la situación de ser separados de su madre y dejados en manos de un desconocido. Esta disociación de su activación corporal se da en bebés cuyas madres y padres de forma continuada no responden a la necesidad del bebé de ser consolado.
La disociación es útil. Si no somos capaces de manejar lo que nos abruma, haremos bien en "olvidarnos" de ello...
El problema sobreviene cuando esta forma de defensa se convierte en parte de nuestro carácter. Nos volvemos insensibles, no porque lo seamos, sino porque es lo que hemos aprendido.

La disociación se puede dar en cualquier momento de nuestra vida. La empatía tiene un límite si no queremos caer en un masoquismo depresivo. Me refiero a cuando nos tenemos que enfrentar con el sufrimiento masivo de los demás, como en las profesiones de ayuda, o ante el bombardeo de noticias sobre catástrofes, guerras y todo tipo de violencias. Finalmente, y por no poder manejarlo, nos insensibilizamos o habituamos frente a tanta mala noticia. Lo peor se produce cuando además de insensibilizarnos, pretendemos que el otro deje de quejarse y le tildamos de "victimista" o pesimista, le decimos que no tiene una actitud positiva frente a la vida y hasta le llegamos a culpar de lo que le sucede!

Muchas disociaciones están promovidas por la cultura. Los españoles de cierta edad sabemos mucho de la disociación obligada que nos hicieron hacer respecto a sentimientos y, sobre todo, a nuestro erotismo, por la noción de pecado católica. Esta escisión de una parte importante y primordial de nuestro ser se cebó especialmente en las mujeres, porque mientras en los hombres ciertos comportamientos eran pecado, sin embargo eran aplaudidos por su masculinidad. Para las mujeres, esta disociación nos obligaba a sentirnos no sólo pecadoras, sino la fuente del pecado, una mancha original de nuestra esencia femenina. Trabajando con adolescentes, veo que no hemos superado tanto como creíamos esta escisión...realmente se necesita cierta autonomía y capacidad de deshacerse de los condicionamientos sociales para que esto no nos pese. Aunque no se llenen las iglesias, y todo eso no impida las relaciones sexuales, en la intimidad de la consulta se dicen muchas cosas...

La disociación nunca puede ser sana a largo plazo. Cuando cerramos el grifo al dolor, tenemos que cerrarlo a todas las situaciones y personas que nos lo pueden disparar, así que de cada vez nos volvemos más insensibles. Si tenemos en cuenta que el dolor es la otra cara del amor, ya que en el amor nos mostramos sensibles y vulnerables, la escisión de una parte siempre dará como resultado una falta de intimidad y de vitalidad. Así insensibles, nos volvemos apáticos, cínicos, narcisistas, egocéntricos o egoístas o cualquier combinación de todo ello. Lo peor se da cuando esa parte necesita salir y lo hace de forma violenta o perversa.

¿Cómo solventar todo esto? No es fácil...
Quizá entre todos deberíamos hacer un cambio en la representación social de la vulnerabilidad. Puesto que ser vulnerable nos abre al otro y al mundo, debería ser un rasgo valorado en el coraje que implica.

Existencialmente, además, podemos experimentar la vulnerabilidad como fuerza. Debemos ser fuertes para atravesar el dolor. El resultado final de ser capaz de amar y sufrir es el desarrollo del coraje y la apertura del corazón; y llega un momento en el que, cuando un@ se siente vulnerable, también nos sentimos valientes y dignos, por ser capaces de vivir con intensidad y pasión.

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