FELICIDAD: AMAR Y SUFRIR

 Todos tenemos derecho a buscar la felicidad. La Constitución de EEUU es famosa por incluir ese derecho en sus artículos, y esa búsqueda es el motivo (oscuro, en ocasiones) de la mayor parte de comportamientos humanos.
El peligro de la expresión buscar es que podemos creer que es un tesoro que se encuentra en alguna isla del Pacífico Sur y que hasta que no alcancemos su costa y nos adentremos en sus selvas, no encontraremos el lugar donde el tesoro está oculto.
Pero recordemos que Penélope ya se encuentra en Itaca. No hay que buscar, no hay que llegar ni viajar, porque ya vivimos en ella.
La felicidad, entonces, se define como un estado interno que podemos fomentar y cultivar a través de una visión optimista de la vida y fijarnos en el lado bueno de todas las situaciones. Emociones ligadas a la felicidad son el amor y la alegría, el júbilo y el gozo, el agradecimiento... y hay, relacionados con esta búsqueda de la felicidad, numerosos libros de autoayuda que nos recomiendan hacer afirmaciones positivas, eliminar el pesimismo y llenar de amor y luz nuestros corazones.
Es indudable que ser opitmista, alegre, amoroso y confiable nos hace ser más felices en la vida. Sin embargo, veo un peligro en estos planteamientos que, paradójicamente, nos pueden conducir a un autoengaño que nos impedirá, en último término, vivir una vida satisfactoria.


Nuestro viaje a Itaca, por definición, nos va a llevar por arrecifes por donde podemos encallar si atendemos a los cantos de sirena de ciertas psicologías y espiritualidades new age positivistas.




Muy afortunada sería la persona que no tuviera que enfrentar nunca pérdidas o adversidades; cuanto menos, frustraciones.
Ciertas emociones consideradas "negativas" forman parte de la vida y son la respuesta natural a ciertas situaciones. A veces son tan intensas que cuesta hacerse cargo de ellas, y los mecanismos de defensa para afrontarlas se ponen en marcha.
Al principio de la adversidad o la pérdida o trauma, estos mecanismos de defensa son necesarios de la misma forma que el cerebro segrega endorfinas cuando se produce una fractura de un hueso para soportar el dolor inicial.
Pero si el cerebro segregara indefinidamente endorfinas ¿cómo nos daríamos cuenta de que algo se ha roto? Caminaríamos con la pierna rota sin dolor, hasta que todo el aparato locomotor se resintiera.
En el nivel psicológico sucede lo mismo. El dolor, la ansiedad, angustia, tristeza son las "fiebres" conductuales que nos indican que una tarea de restauración y reestructuración psicológica debe hacerse.

Lejos de evitar siempre estas emociones, se necesita afrontarlas, pasar por ellas y escuchar su mensaje. El hecho de que tengamos la fortaleza de San Jorge para enfrentarnos a nuestros dragones nos lleva al crecimiento en espíritu.

La señal de que estamos alcanzando el crecimiento y la trasformación es que podemos experimentar el dolor y la tristeza, la añoranza como algo doloroso y placentero a la vez.


Sólo entonces, sin evitar indefinidamente aquello que nos pone mal, podremos conectar con el dolor y el sufrimiento sin rechazarlo y con la capacidad de trasformarlo en amor


Ana Cortiñas


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