MICROANÁLISIS DE LA SEGURIDAD EMOCIONAL

Cuando hablamos de seguridad emocional, amor o de la formación del psiquismo humano decimos grandes palabras. Pero se trata de pequeños hechos, interacciones cotidianas que se repiten una y otra vez hasta formar una memoria para movernos por el mundo y tener la confianza que cualquier alteración es pasajera.

¿Alguien se acuerda de cómo aprendió a caminar o de montar en bicicleta? Ensayamos muchas veces levantarnos y movernos, haciendo un esquema mental de nuestro cuerpo en el espacio, y también de los movimientos que nos restablecen el equilibrio cuando movemos una pierna y nos sostenemos por microsegundos sobre un pie.

El inicio de nuestra vida está lleno de malestares y grandes angustias innombrables. Realmente innombrables porque no hay palabras al nacer para el hambre, o el frío, o la angustia de estar separados del latido del corazón y el olor de nuestra madre. No sabemos que eso que sentimos es miedo, o consuelo o alegría. No sabemos nombrar la frustración ni la rabia.

Día a día nuestra madre (y cada vez más nuestro padre, o madres o padres) nos ven con sus ojos y nos dicen lo que sentimos. Nos consuelan cuando tenemos miedo o frustración y eso es tan, tan importante cómo darnos de comer o cambiarnos el pañal. Sentir que alguien nos protege incluso de aquello que sentimos, hace que vayamos sabiendo y conociendo que nos pasa y no nos inunden las emociones, porque no son dragones, ni "el hombre del saco" ni un peligro de muerte sentirnos así...

Si nacemos con miedo, inseguridad y rabia, aprendemos a sentirnos seguros y manejar nuestras emociones y deseos. No nacemos con la regulación hecha. Los bebés tienen poquitas formas de autorregularse, como desviar la mirada o llorar para avisar de que están mal; poco más... Es la sensibilidad de nuestra madre, que prioriza lo que sentimos, deseamos  y necesitamos la que nos permite memorizar el equilibrio emocional del mismo modo que memorizamos nuestro cuerpo en el espacio.

Y día a día, interacción tras interacción, se conforma una dinámica interna y externa. Nuestro psiquismo se ha formado por el cúmulo de pequeñeces cotidianas que casi ninguna persona se da cuenta de lo importantes que son. Sólo grandes eventos muy intensos bastan una vez para ser traumáticos, como por ejemplo que un bebé se haga una gran quemadura con el agua caliente.  Sin embargo, generalmente los traumas o, en la otra cara de la moneda, la confianza y la seguridad son la suma de pequeños eventos que se repiten en el tiempo.

No obstante, la madre "suficientemente buena" de la que hablaba Winnicott, no es la que siempre lo hace todo muy bien. La paradoja es que la madre "suficientemente buena" no debe ser perfecta porque la perfección traumatiza también. Lo importante es reconocer el error y saber reparar las pequeñas rupturas o disrupciones cotidianas. Es la reparación, como cuando una madre observa que su bebé ya no sigue su juego, o que es demasiada estimulación para él o ella y desvía la mirada, la que establece un mundo interno en el que existe el sentimiento de sentirse reconocido.

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