LA NUTRICIÓN AFECTIVA




Recuerdo cuando estudiaba Psicología el experimento que nos contó un profesor.
Nos explicó que un rey medieval quería saber qué idioma hablarían los niños de forma natural, espontánea, si no escucharan la lengua del país dónde habían nacido.
Para ello le quitó 100 bebés a sus madres al nacer y en una estancia de su castillo eran alimentados por nodrizas con la prohibición de hablarles. Les debían dar el pecho y amamantar sin dirigirles ninguna palabra.
El rey se quedó sin saber qué idioma hablarían los niños espontáneamente, ya que los 100 bebés murieron en el plazo de su primer año.

Los experimentos de Harlow con los monos Rhesus en la década de los 40 demostraron que las crías de los macacos prefieren una "madre" afelpada, calentita y tierna aunque sin leche, a una mona de alambre que les alimenta con un biberón.

Hay algo en el afecto que nos nutre y nos sostiene.

Esa comunicación que tenemos con nuestras crías cuando laleamos y balbuceamos a su ritmo, o movemos nuestra cabeza al compás de sus gorjeos, envuelven a la criatura en un entorno afectivo que les alimenta.

Los escáneres actuales, que pueden cartografiar el cerebro de los bebés en su desarrollo, nos han explicado el porqué del trágico final de las criaturas medievales. Los recién nacidos de los orfanatos rumanos son fotografías de agujeros negros, en claro contraste con los escáneres de los bebés nutridos afectivamente, plenos de colorido y relaciones, como una malla, como una red.

No sólo de pan vive el hombre

Así que el cerebro, reducto explicativo de los psiquiatras organicistas que nos quieren hacer creer que el enamoramiento o la depresión se reducen a la serotonina, se olvidan de decirnos que nuestro cerebro es un órgano social, que se construye en las microinteracciones.

Las interacciones, las caricias, los besos y esa danza que se observa entre una madre o un padre y su bebé, organizan las neuronas y sus sinapsis, tejiendo una red, una trama afectiva, que será el primer modo de enfrentarnos al otro y al mundo.

Penélope trabaja ya en nuestros más primitivos inicios...

Ana Cortiñas


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