EL INFIERNO Y EL CIELO DE MIS PASIONES
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Pintura de Roberto Ferri |
A veces creo que la
pasión fue la Beatriz que me guió en el camino del infierno al cielo. O también
puedo decir algo así como que las bajas pasiones fueron el sustrato de
estiércol donde nació la más alta pasión. En el proceso de experimentar las
pasiones, se produjo un refinamiento, una transformación alquímica de quien era
yo al ser que soy ahora.
Para mí, la madurez y el desarrollo personal hicieron que
la pasión significara cosas
diferentes según el estadio de mi proceso. Hay varias definiciones de pasión, y
todas y cada una de ellas definieron algún aspecto de mí en algún momento de mi
vida.
Mi primera experiencia de pasión fue en la adolescencia,
donde un concepto estrecho de amor romántico, los celos y la envidia marcaron
aquellos años turbulentos, en los que vivir apasionadamente significaba sufrir.
Las relaciones eran intensas, llenas de altibajos con gran sufrimiento
emocional. Amar sin ser correspondida fue una especie de crucifixión que me bajó
a los infiernos, con un malestar personal del que cansada de sufrir, quise
escapar. Ese fue el primer momento en que nació la motivación para ascender, de
salir del cieno que la intensidad de los sentimientos me había arrastrado. En
ese momento la pasión se transformó en Beatriz.
Quizá se me perdonó del eterno sufrimiento por la
intensidad del amor. Pasión significa intensidad, no solo sufrimiento ¿Qué hace
que las pasiones no sean los pecados que te hunden en el infierno? Solo la
intensidad de un amor equilibrado entre yo y los otros. Ese descubrimiento
inició el tiempo pasado en el purgatorio.
Envidia,
celos y amores trágicos son el desequilibrio de la pasión. La balanza se
inclina hacia el otro, y queda poco deseo, poca pasión para uno mismo. O se
inclina hacia uno mismo, como Narciso en el bosque, sin pensar en el otro. En
cualquier caso, es una pasión ego-centrada, que la hace ciega y causa
sufrimiento. El egocentrismo es una especie de ceguera. Es la incapacidad de
ver al otro en uno mismo, y a uno mismo en el otro, la incapacidad para darse
cuenta de la interrelación de la vida.
Para
el apasionado egocéntrico, la vida puede ser placer o sufrimiento, pero nada de
ello se vive con sentido. Para vivir conectado debe comprenderse mínimamente
que quiere decir nosotros. El
apasionado ego-centrado está sentenciado a la autodestrucción, porque al vivir
en un mundo estrecho, acaba por colapsar.
Crecer
implica integrar el mundo en nuestro interior. Y el crecimiento refina y
desvela la pasión. Romper las barreras que nos construye el autoengaño, notar
las conexiones entre el yo y el no-yo nos abre a la experiencia del impulso
vital.
Crecer
no es fácil, pero es apasionante.
Ana Cortiñas
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