IDENTIDAD SEXUAL, ROL DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN SEXUAL

Cuando trabajé en los servicios municipales de juventud del Ajuntament de Palma, puse en marcha el servicio de orientación afectivo-sexual para adolescentes y jóvenes. Entre otras cosas, iba por los institutos y durante tres días hablábamos de amor y sexo. Los adolescentes se sorprendían de que no sólo habláramos de sexo seguro y prevención de embarazos, sino que también se hablara de afecto, de placer, de clítoris y de orgasmos.
Una de las cosas que más aclaraban ciertas cosas, era distinguir todos los conceptos que se asocian alrededor del sexo y hacer una asunción fundamental: somos seres sexuados. Nacemos hombre o mujer porque somos una especie que se reproduce de forma sexual, y poseemos todos los atributos propios para desear y ser atractivos. No obstante, somos más que macho o hembra porque nos humanizamos en el seno de una cultura.
Distinguir entre identidad sexual (con la posibilidad de que en ocasiones el sexo genético y el sentido psicológicamente como identitario puede ser diferente) y rol de género (la conducta que se espera en sociedad por el hecho de ser hombre o mujer; es decir, ser masculino y ser femenina) es crucial en una sociedad donde se ha dado la primacía y dominancia de un sexo sobre otro. Nuestra cultura es patriarcal, lo que quiere decir que se ha valorado más la filiación del padre y los valores propios que se identifican con ser hombre, a lo que hay que añadir que se ha esperado que la mujer viva sometida al hombre. Y aunque en los países occidentales se ha hecho un gran avance en el terreno de la igualdad de derechos, no siempre se ha hecho el cambio psicológico necesario que revierta esta situación (y ni hablar aún de muchos países que no han hecho ese cambio legal ni social). No obstante, no es la única cultura posible.

Confundir  la identidad sexual y el rol de género es fuente aún de sufrimiento psicológico. Se dan muchas formas de confusión que impiden la salud psicológica y la salud de las relaciones de pareja. Algunas afectan más a hombres que a mujeres, y otras más a las mujeres que a los hombres, y algunas a los dos.

Tolouse- Lautrec
La confusión entre género y sexo está en la base del primer feminismo masculinizador. Se luchó por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres -algo totalmente necesario y aún por conquistar- pero se valoró más lo masculino: trabajar fuera de casa, ser asertiva, ser productiva y activa sexualmente al más puro estilo machista (cuántos más coitos mejor). Ser madre, cuidar, preocuparse más por las relaciones forma parte del mandato patriarcal a combatir. Cuando Bowlby formuló en su Teoría del Apego la importancia de los cuidados maternos y de las relaciones primarias, Margaret Mead le acusó de machista y de querer imponer la cultura patriarcal de nuevo. Sin embargo, hoy en día, la ciencia del apego ha descubierto que ser cuidado y querido está en la base de un psiquismo sano, así que si combatimos la función materna (que también puede ser hecha por un hombre, aunque nunca podrá gestar ni dar de mamar a un bebé), estamos criando a futuros humanos infelices y propensos a la enfermedad mental.

Si a la confusión de sexo y género, le añadimos la confusión de la orientación sexual, la homofobia está servida. Si se es hombre (tener pene y testículos,  y no útero, mamas y ovarios) se tiene que ser masculino (agresivo y desear continuamente ser sexualmente promiscuo) y desear sólo a mujeres. Si un hombre desea sexualmente a otro hombre es un afeminado, o si un hombre muestra características propias del rol femenino (ser cuidador y sensible) entonces es un poco maricón (o, en la versión psicoanalítica clásica, tener las tendencias homosexuales reprimidas). Si se es una mujer asertiva y poco preocupada por su aspecto físico, entonces es una marimacho bollera. Ni que decir tiene que lo peor de todo es ser afeminado. Sin embargo, un repaso a la Historia nos puede ayudar a tener las cosas claras: grandes guerreros fueron homosexuales muy masculinos; las estatuas griegas representan hombres apolíneos y musculados y fueron esculpidas por artistas hombres homosexuales. La pornografía en la que son los hombres muy viriles los protagonistas, es la que suelen comprar los hombres homosexuales, no las mujeres (o por lo menos, eso es lo que dicen las estadísticas).

Bajo esta confusión está también otra que subyace: ser hombre o ser mujer, ser masculino o ser femenino son dos cosas opuestas. Esta confusión sólo puede venir porque se ha igualado la jerarquía social al sexo. La dominancia es masculina, la sumisión femenina y el hombre debe dominar a la mujer. En esta organización social basada en el poder de uno sobre otros, ser hombre femenino es ser como una mujer (o sea, inferior. La filosofía de Nietzsche está plagada de esta confusión). Y ser mujer masculina es ser una mujer castrante, envidiosa del pene del hombre que lo que desea es someter al hombre, o seducirlo y pervertirlo como en el arquetipo de la femme fatale, vampiresa o sencillamente puta.
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No obstante, unos estudios muy antiguos de los años 80 ya mostraron esta falacia: así como ser hombre o ser mujer (o el deseo de cambio de sexo) da una identidad psicocorporal, ser masculino o femenino, ser masculina o femenina no son los polos opuestos de un única dimensión, sino que son dos dimensiones diferentes que pueden coexistir en un mismo individuo. Un hombre puede ser masculino y femenino a la vez; una mujer puede ser masculina y femenina a la vez porque pueden mostrar una personalidad compleja y no polarizada, en la que pueden funcionar asertiva y proactivamente, con sensibilidad, empatía y cuidado por las relaciones. Se le llamó a esta forma de funcionamiento androginia (que no hermafroditismo, que se refiere a poseer órganos sexuales de los dos sexos). La androginia es independiente de la identidad sexual y de la orientación sexual. Así, tanto hombres como mujeres dan importancia a la crianza de sus hijos y al cuidado de las relaciones, y se muestran proactivos en su desarrollo personal (sean los intereses y vocaciones mostrados de forma pública y productiva, o no)

Estas confusiones han afectado profundamente también a la Psicología y la Medicina. Por desgracia, hay psicoanalistas clásicos que siguen malinterpretando los comportamientos de sus pacientes, y muchos médicos que recomiendan histerectomías con una facilidad pasmosa (mi ginecólogo siempre dice que a sus colegas deberían aconsejarles la amputación de sus testículos y sus penes con la facilidad que ellos los hacen a las mujeres). Únicamente los psicoanalistas junguianos contemplan en la individuación del ser humano el casamiento alquímico entre la parte femenina y la parte masculina de todo ser humano (anima y animus), aún cuando el análisis junguiano necesite completarse también con otros aspectos, pero eso ya es otra historia...

También creo yo que esta confusión ha afectado a la Filosofía. El constructivismo social obvia, desde mi punto de vista, el papel de las hormonas. Las mujeres estamos sujetas a ciclos naturales que no forman parte de la cultura (aunque sí la forma en que lo vivimos). Menstruamos y somos las que nos quedamos embarazadas. A no ser que creemos úteros externos, la gestación siempre dependerá de las mujeres aún en el hipotético caso que la sociedad hubiera eliminado los roles de género. Mi compañera sexóloga de mi consulta (Gemma Mestre) me comentó que en los casos de cambio de sexo, las hormonas femeninas no actúan igual en un cuerpo que antes ha sido hombre, provocando muchas veces sufrimientos con los que el transexual no cuenta. También hizo un estudio sobre sus pacientes mujeres infértiles: la característica común es que rechazan el papel maternal.

Hoy me he extendido en esta entrada de lo que lo hago normalmente, pero creo que el tema vale la pena. Agradezco a todos los que han llegado hasta el final

Ana Cortiñas

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